Un chico se incorpora en el asiento cuando se da cuenta de que está completamente espatarrado sobre su maleta con ruedas. Cerca de él, sentados en el suelo y con la espalda pegada a la pared, una pareja de mochileros se dedica la última de todo un ritual de pegajosas carantoñas. Dos amigas no interrumpen su conversación junto al panel de los horarios y tampoco un señor levanta la mirada de la página impar de un periódico nacional.
Acaban de informar por la megafonía de la estación de Chamartín que los viajeros que vayan a Badajoz deben acceder a las vías por la puerta uno, pero nadie parece darse por aludido. No hay agobios, no hay prisas, no hay controles de maletas. No hay revisores, ni escáner para los billetes. No hay sonrisas amables, ni deseos de buen viaje. No hay despedidas, ni despedidas de soltero. No hay carreras por el andén. Hay paradas. Trece. Aparecen en el monitor de la puerta de embarque: Atocha Cercanías, Leganés, Torrijos, Talavera de la Reina, Oropesa, Navalmoral de la Mata, Monfragüe, Mirabel, Cañaveral, Cáceres, Mérida, Montijo y Badajoz.
Hay un tren de Media Distancia con tres vagones que abandona la estación a las 16.04 y apenas hay cuatro pasajeros en el vagón tres.
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La cara de fastidio del que descubre que su asiento está a contramarcha y la sorpresa del que desconocía que tendría que compartir mesa. El trasiego y las aglomeraciones en los pasillos, las maletas «que pesan un quintal», el «disculpe, creo que está usted sentado en mi sitio», y el «te cuelgo que me voy a quedar sin cobertura». El tren se llena en la estación de Atocha – Cercanías y la última oportunidad de viajar en ferrocarril a Badajoz un día como hoy, viernes 5 de mayo, se esfuma a…